sábado, 26 de marzo de 2011

¡Dormid, malditas!

Zack Snyder es generoso con sus protagonistas femeninas. En su última película, Sucker Punch, les permite sumirse en una fantasía testosterónica para escapar de dos escenarios históricamente ligados a las díscolas, las marginadas, las víctimas del mal que hacen los hombres: un burdel y un manicomio. Dice Snyder que las cinco chicas embutidas en atuendos imposibles “no son clichés, ni explotan su imagen. Son personajes que van más allá de eso”. Cinco menores de veinticinco años, carentes de voz en la realidad de manicomio, pero que, ¡eh!, parten caras en su mundo de fantasía. Qué entiende Snyder por cliché, es algo que me encantaría que explicara porque ninguna de sus chicas hace algo por sí misma en esa realidad tangible de padrastros violadores y celadores/proxenetas. El explotador no solo no muere asesinado a manos de sus víctimas, sino que se marca un número cabaretero con la psiquiatra/madame en los títulos de crédito -algo que no salva, ni por asomo, el haber invitado a la banda sonora a señoras con mayúsculas (Bjork, Skunk Anansie, Emily Browning)-. No es que la película carezca de guión, ojalá; lo que me entristece y hace que me salten las alarmas es la impunidad con la que se replican algunos marcos de poder y sus dinámicas de género. Snyder tenía en su mano cierto potencial para subvertir roles, para darle sentido a esas mujeres. Sin embargo, parece que prefiere verlas muertas, lobotomizadas o huyendo. ¿Conseguir la libertad? Sigan soñando, señoras.